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viernes, 25 de febrero de 2011

¿De dónde sacar fuerzas?



Prefacio
Cómo obtener fuerzas para criar a los hijos
Un anticipo del Cielo
Cuando los padres no lo saben todo
Qué hacer cuando uno siente que no da más
¡Vale la pena!
Versículos sobre la crianza y formación de los hijos

colección Soluciones para padres

Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él
(Proverbios 22:6).


Pocos se sienten debidamente preparados para la importantísima labor de formar a los hijos. Ésta comienza con la llegada del primer bebé y enseguida se va haciendo más compleja. ¿Qué podemos hacer? ¿Quién puede darnos las soluciones, la serenidad, el estímulo, el amor, las fuerzas y el valor que necesitamos?
No desesperes: Dios está deseoso de asumir la tarea. Ansía ayudarte a criar a tus hijos. Conéctate con Él y con Su tremenda energía, y te revitalizarás mental y espiritualmente. ¿De dónde sacar fuerzas? no pretende presentar soluciones para cada caso, pero sí enseña a establecer comunicación con Aquel que las sabe todas.
Prefacio
¿Acabas de embarcarte en la aventura de tener un hijo? ¿Te apasiona la idea? ¿Te hace feliz? ¿Te causa cierta inquietud? ¿Es fuente de satisfacción? ¿Te preocupa? ¿Necesitas ayuda? ¿O tal vez tienes hijos desde hace algún tiempo y ahora te enfrentas a nuevas o mayores dificultades? La experiencia de criar un hijo es una de las más emocionantes y gratas de la vida, y a la vez la que nos presenta los mayores retos.
Los padres son idealistas por naturaleza. Esperan lo mejor para sus hijos. Quieren hacer muchas cosas por sus retoños y darles más de lo que ellos tuvieron. Todos anhelan que sus hijos los necesiten, los amen, los admiren, los respeten e incluso quieran emularlos. Parte de la dicha de criar hijos consiste en explorar y redescubrir la vida en compañía de ellos. Las energías, la vivacidad, el entusiasmo, las necesidades y la dependencia de los niños nos motivan y nos impulsan a la acción.
Ocurre con harta frecuencia, sin embargo, que los sueños de los padres comienzan a desvanecerse ante la dura realidad de la vida, los problemas personales y económicos, los conflictos matrimoniales, las exigencias laborales, el abatimiento y demás. Particularmente en esos momentos los padres tienen que descorrer el pestillo de las puertas de la esperanza, de la paz, de la alegría, de la inspiración, de la determinación, de la paciencia y, sobre todo, del amor, para acceder a un flujo de amor de tal magnitud que transforme su vida y la de sus hijos.
Pero ¿cómo se hace eso? ¿Existe alguna forma de superar nuestra capacidad natural y vencer nuestras flaquezas y falencias? La respuesta es lisa y llanamente sí. Y no se trata de renunciar a nuestra manera de ser. No es preciso que seamos personas extraordinarias, talentosas o perfectas. Si existieran hombres y mujeres perfectos, probablemente no serían muy buenos padres. Es que la clave para criar bien a los hijos consiste en parte en tomar conciencia de nuestra insuficiencia. La Biblia dice que en nuestra debilidad se perfecciona el poder de Dios1. Esperamos que descubras que los secretos más eficaces que pueden ofrecerse a los padres no se encuentran en los libros de puericultura. Lo más importante -las fuerzas, la sabiduría, la inspiración y las soluciones que necesitamos- solo nos lo puede dar Dios mismo.
También son útiles los consejos de índole práctica y ciertas técnicas y datos; pero por sí solos no nos convierten en buenos padres. La chispa tiene un origen superior, procede de nuestro amoroso Padre eterno, y está al alcance de cualquiera. Dios se ha puesto a nuestra disposición. Desea prestarnos asistencia y asimismo ayudar a nuestros hijos. Quiere que criemos niños estupendos, que disfrutemos de ellos y que gocemos cada vez de más amor y felicidad en familia.
Él quiere trabajar conjuntamente contigo. Aunque consideres que otros lo hacen mucho mejor que tú, recuerda que Él te escogió a ti para velar por tus hijos, y con Su ayuda puedes ser el mejor padre o la mejor madre del mundo para ellos. Con Dios como socio, no solo se incrementarán tus aptitudes, sino que Él compensará con creces cualquier falencia tuya.
Cómo obtener fuerzas para criar a los hijos
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¿Sabes conectarte a la energía y el entendimiento que Dios pone a tu servicio? Si das los siguientes pasos, tienes el éxito asegurado. En caso de que ya hayas dado algunos, concéntrate en los que te faltan, o en los aspectos en que a tu juicio aún puedes mejorar.

Primer paso: Conectarse con quien tiene todas las soluciones
Hay veces en que nuestros recursos humanos difícilmente nos permiten satisfacer nuestras propias necesidades y resolver nuestros problemas, cuanto menos los ajenos. Sin embargo, servir a los demás es la realidad cotidiana de quienes tienen hijos. Los padres están de guardia día y noche. Sus hijos los necesitan para casi todo: acuden a ellos en busca de ayuda, cariño, comprensión, protección, cuidados y consuelo. Los padres son su sostén. Sin embargo, a éstos no suele llevarles mucho tiempo darse cuenta de que también ellos necesitan poder acudir a Alguien que provea para ellos y los consuele, Alguien cuya asistencia puedan procurar en cualquier momento y lugar, cualesquiera que sean las circunstancias. Por eso, si aún no has aceptado a Jesús como consultor, te invitamos a hacerlo ahora.
Dios envió a Su Hijo al mundo para que pudiéramos contar en todo momento con Su ayuda. Cuando le abrimos nuestra vida a Jesús, nos conectamos con Dios y con Su poder y accedemos a la Fuente de toda vida, luz y fuerza sobrenatural. Y no sólo por un tiempo: Él promete que dispondremos de Su vida, Su luz y Su poder eternamente en el Cielo.
Jesús dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí»1. De haber venido Jesús a la Tierra en esta era de la informática, tal vez habría dicho: «Se accede a Dios a través de Mí. Soy el proveedor de acceso. Soy la interfaz con Dios. Soy la única conexión que hay entre Dios y los hombres».

«Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Timoteo 2:5,6).
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»
(Juan 3:16).
«A todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12).
«[A Mis ovejas] Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano» (Juan 10:28).

Lo único que tú y tus seres queridos tienen que hacer para aceptar a Jesús y conectarse para siempre con el amor, la luz y el poder de Dios es pedirle ayuda con una sencilla oración: «Jesús, creo en Ti. Te ruego que entres en mi vida, que me perdones todo el mal que he hecho y que me concedas el amor, el poder y la vida eterna que prometiste a cuantos clamaran a Ti. Amén».

El pozo secreto
Un breve relato de la Biblia ilustra muy bien el magnífico poder que tiene Jesús para transformar en el acto la vida de una persona, cualquiera que sea su situación. En uno u otro momento todos nos sentimos débiles, vacíos, resecos, endurecidos y quebradizos por dentro. Anhelamos un sorbo de las refrescantes aguas de vida, que nos proporcionan esperanza, alegría y paz interior.
Hace unos dos mil años, en Palestina, una mujer fue un día tranquilamente a un pozo comunal a buscar agua. Se trataba de un pozo muy famoso, llamado pozo de Jacob en honor del patriarca que lo había cavado. La mujer era samaritana, de la ciudad de Sicar. Según parece, su vida hasta aquel momento había sido un fracaso. Se había casado cinco veces. Todos los del pueblo la conocían y tenían una opinión formada acerca de ella. Para soportar los chismes y evitarse más sinsabores, tenía una fachada de mujer fuerte. Le interesaba lo relacionado con Dios y los temas de índole espiritual, pero era bastante escéptica y estaba confundida por todo lo que había oído.
En el pozo, aquella atribulada mujer se encontró con un extraño. Le sorprendió que Él le hablara directamente, pues era judío, y las costumbres judías no le permitían a uno tener trato con los samaritanos. El hombre le pidió que le sacara agua del pozo. Ella se disponía a hacerlo, pero como era una persona resuelta, le pidió una explicación. ¿Cómo era que hacía caso omiso de las normas sociales y le dirigía la palabra?
El hombre le dijo que si supiera quien le pedía aquel gesto de bondad, sería ella la que le pediría agua a Él. Era evidente que Él no tenía con qué extraer agua. ¿Cómo podía darle agua a ella? ¿Estaría bromeando? ¿Se proponía conquistarla? Decidió hacerle más preguntas. Enseguida averiguó que el hombre con quien hablaba era Jesús, el Mesías prometido, enviado por Dios para salvar al mundo. El agua que Él le ofrecía no era agua de este mundo, sino el agua viva, refrescante e inspiradora del Espíritu de Dios.
La mujer, viendo que Jesús conocía su pasado, le dijo:
-Señor, me parece que Tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.
Jesús le respondió:
-Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. […] La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren1.

No sabemos si aquella mujer tenía hijos, ni cuántos tenía, ni qué clase de madre era. Pero sí sabemos que aquellos minutos que pasó con Jesús junto al pozo la transformaron. De un momento a otro sintió muy cercana la presencia de Dios. Lo descubrió como Persona. Sintió profundamente Su amor, y se le hizo muy fácil establecer contacto con Él. Era tan sencillo como abrirle el corazón a Jesús. Ese día aquella mujer no solo se conectó a la fuente de energía divina, sino que enseguida decidió conectar a todos los habitantes de la ciudad. Puede que éstos inicialmente pensaran que estaba un poco chalada; pero la escucharon, y luego que fueron a escuchar a Jesús, terminaron creyendo también1.
Dios está deseoso de iniciar ahora mismo una nueva relación contigo. Te acepta tal como eres. Y mañana seguirá estando a tu lado para llevarte aún más lejos. Tal es el milagro de Su amor. A Él le encanta renovarlo todo, incluidas las personas. Te invitamos a compartir con tu familia, si aún no lo has hecho, este pequeño relato y la oración para recibir a Jesús. Que beban del agua viva de la Fuente de vida eterna -Jesús-, a fin de que lo tengan como un Amigo muy fiel y cercano.
¿Están todos los niños dentro?
A veces pienso, al caer la noche,
en la vieja casona de la colina
con un gran jardín cubierto de flores
que los niños llenaban de alegría.
Cuando finalmente era noche cerrada
y se aquietaban los bulliciosos juegos,
preguntaba mamá con voz calmada:
«¿Están todos los niños dentro?»
Muchos años han pasado desde entonces.
La casona del cerro de que hablo
no resuena con las risas infantiles,
y callado está el jardín, muy callado.
Pero al crecer las sombras, lo revivo,
aunque haya transcurrido tanto tiempo,
y vuelve a resonar en mis oídos:
«¿Están todos los niños dentro?»
Me pongo a pensar si al caer las sombras
sobre nuestro último día terrenal,
cuando nos despidamos de este viejo mundo
cansados como niños de jugar,
cuando en el más allá pongamos pie,
donde mi madre lleva tanto tiempo,
le oiremos preguntar tal como ayer:
«¿Están todos los niños dentro?»
Y ¿qué es lo que nos dirá el Señor
a nosotros, Sus hijos mayores?
¿Hemos llevado a los corderos al redil?
¿Hemos cumplido con nuestras labores?
¿Qué respuesta daremos cuando pregunte:
«¿A Mi voz estuvieron atentos?
¿Les dieron a conocer Mi amor?
¿Llevaron a Mis hijos adentro?»
Florence Jones Hadley
Segundo paso: Llenarse del Espíritu Santo
Criar hijos requiere mucho tino, paciencia, perspicacia y entereza. Al partir de la Tierra rumbo al Cielo, Jesús, sabiendo que la conducción de Su movimiento exigiría también gran valor y poder espiritual, prometió a Sus discípulos enviarles un Consolador, el Espíritu Santo, que los ayudaría a llevar a cabo su labor. «Juan […] bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días [y] recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo»1. Jesús cumplió Su palabra. Poco después de Su ascensión, cientos de creyentes recibieron una tremenda infusión del Espíritu Santo.
¿Por qué necesitamos el Espíritu Santo para criar a nuestros hijos? Porque Su poder y Su presencia en nuestra vida constituye un formidable don espiritual de Dios. El Espíritu Santo nos ayuda a ser mejores padres porque nos confiere fortaleza espiritual y nos da una mayor medida de la sabiduría y el discernimiento de Dios.
Salomón se hizo sabio por el Espíritu de Dios. La extraordinaria fuerza de Sansón provenía del Espíritu Santo. La Biblia cuenta que el Faraón de Egipto puso a José sobre toda la nación a causa de la sabiduría que el Espíritu de Dios le daba2. Y Jesús prometió a Sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñaría y recordaría todo3.

Para llenarse uno del Espíritu Santo, lo único que tiene que hacer es pedirlo4. Simplemente haz una breve oración como la siguiente: «Jesús, sé que necesito una mayor medida de Tu amor y Tu poder. Por eso te pido que me llenes de Tu Espíritu Santo ahora mismo. Ayúdame a amar a los demás, a cultivar Mi relación contigo, a entender mejor Tu Palabra y a ponerla en práctica. Ruego que Tu Espíritu me conceda amor, fuerzas y sabiduría».
(Los dones de Dios, tales como la salvación y el Espíritu Santo, constituyen un tema bien extenso. Hay mucho que aprender sobre su importancia en nuestra vida. En el librito Los dones de Dios, de la colección Actívate, también de Aurora Production, encontrarás una explicación más cabal.)

Tercer paso: Estudiar la Palabra de Dios
La Biblia es un estupendo manual para padres. Prueba de ellos son los versículos sobre la crianza y formación de los hijos que hallarás al final del presente libro. Por otra parte, responde a muchos de los interrogantes fundamentales que nos planteamos en la vida, interrogantes que todos los padres deben ser capaces de responder prácticamente desde el momento en que sus hijos comienzan a hablar: ¿De dónde venimos? ¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Quién es Dios? ¿Por qué morimos? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Alguna vez veré a Dios? ¿Cómo son los ángeles? Y muchos más.
La Palabra de Dios, además de tener respuestas satisfactorias para muchas cuestiones trascendentales sobre nuestra existencia, es uno de los medios que Él ha dispuesto para enseñarnos a discernir entre el bien y el mal -tanto en nuestra propia vida como en la de nuestros hijos- e infundirnos valor para seguir el camino del bien, por difícil que sea.
Asimismo, leyendo y creyendo la Escritura cobramos fe y fuerzas para superar las situaciones difíciles con que todos los padres se enfrentan en uno u otro momento. «La fe viene por el oír […] la Palabra de Dios»1.
Podemos concluir que la lectura de la Palabra de Dios es esencial para crecer en la fe y profundizar en el conocimiento de Dios. Si lees, estudias y memorizas Su Palabra, si meditas en ella y sigues sus consejos, tu vida se transformará. Enseña también a tus hijos a hacer lo mismo, y adquirirán una firme base de amor y de fe que les permitirá capear los temporales en los que sin duda se verán envueltos cuando sean mayores.
En este mundo de cambios vertiginosos y amistades a veces efímeras, los niños necesitan y agradecen el efecto estabilizador de escuchar algo tan constante como la Palabra de Dios. Tanto tú como ellos hallarán solaz leyendo pasajes en que Dios mismo les promete que pueden creer con toda confianza lo que Él les diga; que aunque falle todo lo demás, Su Palabra no puede fallar ni fallará; que Él no dejará de velar por ustedes. «El cielo y la tierra pasarán, pero Mis Palabras no pasarán»2. Gracias a la asistencia y orientación que Dios provee por medio de Su Palabra, los niños adquieren la seguridad de que están unidos con un fuerte vínculo a Alguien que puede ayudarlos a atravesar exitosamente el laberinto de la vida.
La Palabra de Dios contiene multitud de promesas muy alentadoras a las que pueden aferrarse los padres. Es como un contrato, como un convenio con nosotros que Él ha suscrito. Por eso, te conviene leer lo que dice. Al fin y al cabo, Él es el único que sabe todo lo que hay que saber de cualquier tema, y especialmente sobre la crianza de los preciados niños que nos ha dado.
Dios promete que si procuras ahondar en Su verdad bebiendo Su Palabra, te convertirás en un árbol fructífero plantado junto a una corriente inagotable de agua fresca y cristalina1. El absorber el agua viva de Su Palabra te ayudará a dar buen fruto en los niños que formas. «El fruto del justo es árbol de vida»2. Cuando leas la Palabra de Dios, pídele que te ilumine. Cuando la estudies, ruégale que te hable al corazón y te indique cómo llevarla a la práctica en tu caso y cómo aplicarla a la formación de tus hijos.
«La exposición de Tus Palabras alumbra; hace entender a los simples»3.
«[Los mandamientos de Dios] te guiarán cuando andes; cuando duermas te guardarán; hablarán contigo cuando despiertes»4.

Cuarto paso: Hablar con Dios
«El amor, la humildad y la oración resuelven cualquier problema».

Seamos sinceros: Como padres, todos fallamos a veces. Cometemos errores; nos exasperamos, nos alteramos y enfadamos; tenemos poca paciencia. Le sucede a todo el mundo. Pero cuando nos damos cuenta de que no somos capaces de manejar determinada situación, la solución está en hacer una pausa y orar, pedirle ayuda a Dios humildemente.
Cultiva el hábito de hacer un alto -o varios- cada día para comunicarte con Dios, aunque sólo sea unos instantes. Pon el mundo en pausa y detente a orar antes de que las cosas se compliquen o se salgan de cauce. Cuando sientas que la presión te agobia, serénate y cuéntale a Él tus dificultades. A nosotros nos encanta responder las preguntas de nuestros hijos y ayudarlos a resolver sus contratiempos. Lo mismo siente Dios con respecto a nosotros.
No intentes resolver los problemas tú solo. Haz una pausa para recibir las soluciones que Dios te quiere presentar. No te empeñes en seguir adelante hasta que llegas a un punto en que explotas, en que irreflexivamente dices o haces algo de lo que después te vas a arrepentir. Tómate unos momentos de quietud para reabastecerte de amor, paz, fuerzas y confianza en el reservorio que Dios nos abre cuando nos acercamos a Él. En esos instantes de tranquilidad, el hecho de leer unos cuantos versículos de las Escrituras o algún otro texto inspirativo muchas veces logra serenarte y levantarte el ánimo.
De ser posible, pide a tu cónyuge, a una amiga o a un hijo mayor que vigile a los pequeños unos momentos -o un rato más largo si es viable- mientras tú te recargas. No obstante, si no hay nadie que pueda ayudarte, haz igual una pausa para elevar una breve plegaria y pedirle ayuda a Dios. Él puede darte en el acto las fuerzas y el acierto que necesitas para manejar adecuadamente la situación.
No olvides que tus hijos también necesitan la paz, la fortaleza interior y la seguridad que brinda la oración. Enséñales ese hábito rezando con ellos. La mañana, la hora de comer y la hora de acostarse son momentos idóneos para que los niños participen de las bendiciones de rezar juntos. Además, es muy posible que eso tenga un efecto unificador en la familia.

Quinto paso: Escuchar a Dios
La radio y la televisión son inventos asombrosos. En el aire que nos rodea hay continuamente ondas invisibles que transmiten miles de imágenes y sonidos, los cuales solo se pueden ver y oír empleando aparatos que captan esas señales y las traducen para nosotros. Por asombrosos que sean tales inventos, se quedan cortos ante la capacidad del ser humano para trascender el entorno físico y comunicarse con los mundos del espíritu donde mora nuestro Creador. Nuestro espíritu es capaz de percibir lo invisible, lo que nuestros sentidos naturales no pueden detectar.
La mayoría de los niños son particularmente sensibles a lo espiritual. Ven ángeles, hablan con Dios y en sus sueños son transportados bien lejos de este mundo. Tienen una fe inocente y sencilla en el más allá. No es de sorprenderse que Jesús dijera que tenemos que volvernos más como niños para entrar en Su reino.
También nosotros, aunque a veces nos resulte un poco más difícil, podemos aprender a prestarle oído a Dios para escuchar las soluciones que necesitamos y lo que quiera decirnos sobre el cuidado de nuestros hijos, o para el caso, sobre cualquier asunto en que nos haga falta ayuda.
Afortunadamente, Dios no espera que nos enfrentemos por nuestra cuenta a la tarea de criar a los hijos en este mundo y que resolvamos solitos todos los retos y dificultades que se presenten. Es algo muy complicado, que está por encima de nuestra capacidad. Nuestra propia sabiduría, nuestras fuerzas y nuestro entendimiento no bastan. Pero Dios sí está a la altura de las circunstancias, y quiere decirnos exactamente qué tenemos que hacer. Sólo hay que escucharle. Aprender a prestar oído a Dios es un poco como lo que hacemos cuando estamos en un recinto atestado de gente o en un restaurante repleto en el que todo el mundo habla y no logramos oír lo que nos dice un amigo. Al caer en la cuenta de que nos está hablando, le prestamos toda nuestra atención y nos concentramos en él.
La cafetería de la vida se pone a veces muy confusa y ruidosa, y uno tiene la tentación de pensar: «¡Ojalá Dios me hablara y me dijera qué hacer!» ¡Pero el caso es que Dios está delante nuestro procurando captar nuestra atención y hablarnos! Su Espíritu se mueve en todo momento en nuestro interior, con la intención de guiarnos, de indicarnos las mejores opciones, de hacernos entender el camino que debemos tomar. Una vez que nos damos cuenta de eso, se nos hace mucho más fácil parar todo lo demás, hacer abstracción de lo que nos rodea y volver nuestro corazón hacia Él. Si hacemos silencio y le pedimos que nos hable y nos dé soluciones y pautas, Él nos responde. Entonces oímos Su voz con nuestro oído espiritual, Sus instrucciones, o tal vez palabras de ánimo y consuelo que nos susurra a fin de infundirnos fuerzas y fe para seguir adelante.
Si siempre estamos a las corridas, inquietos e impacientes, no lograremos concentrar en el Señor toda nuestra atención -los ojos, los oídos, la mente y el corazón-, de modo que nos indique las soluciones a nuestros problemas, las respuestas a nuestros interrogantes, la decisión más acertada en cada situación.
«En quietud y en confianza será vuestra fortaleza»1. En algún momento, en algún sitio, de algún modo vas a tener que tomarte un rato a solas con Dios para escucharlo en silencio. Para la mayoría de las personas la oración es un monólogo: ellas son las únicas que hablan. Sin embargo, cuando oramos debemos no sólo hablar, sino también dejar que Dios nos hable.
Hay que escuchar a Dios todos los días. No es preciso que oigas una voz sonora y audible. Bien puede ser ese «silbo apacible y delicado»2 que sentimos interiormente; a veces ni siquiera son palabras, sólo una impresión. Dios no tiene por qué comunicarse con palabras; puede transmitirnos una sensación, una imagen o una idea.
El Espíritu de Dios es como una emisora que transmite a toda hora. Solo hay que aprender a sintonizarla. Si tienes un canal abierto y te sintonizas, el Señor te llenará la mente, el corazón, los oídos y los ojos. Solo hay que tener fe. Si tienes fe, Jesús habla en todo momento, en cualquier lugar, siempre que ejercites tu fe. De modo que cuando le pidas una respuesta, cuenta con recibirla y toma lo primero que te venga. Si realmente crees y consultas al Señor, y tienes ganas de ver u oír Su respuesta, Él no te decepcionará. Lo que veas u oigas con los ojos u oídos de tu espíritu provendrá del Señor, y te reconfortará enormemente. ¡Cuenta con que Dios te responderá! Simplemente abre tu corazón y deja entrar la luz.

Al igual que un leve movimiento del timón de una enorme nave es capaz de alterar su rumbo y conducirla a un destino totalmente dintinto, un pequeño cambio -sobre todo si está inspirado por Dios- puede encaminar tu vida y la de tus hijos por una senda totalmente nueva, de mayor felicidad. Se dice que una persona es sabia cuando sigue los consejos prudentes y obra con acierto en el momento indicado1. Si escuchas a Dios tendrás más sabiduría para cuidar a tus hijos.
La voz conductora de Dios puede adoptar múltiples formas. Puede hablarnos mientras leemos Su Palabra, mostrándonos por medio de ella el camino que debemos tomar. A veces nos habla en susurros mientras oramos en silencio, cuando estamos comulgando con Su Espíritu, alabándolo o invocando Su ayuda. En ocasiones nos habla mediante sueños y visiones. En otros casos Su voz toma la forma de un buen consejo de un amigo. También puede ser que percibamos en nuestro corazón o en nuestra mente Sus consejos o Su consuelo.
A algunos les parece increíble que Dios esté tan deseoso de comunicarse directamente con cada uno de nosotros. No obstante, por todas partes hay personas que están descubriendo que Dios les habla y les dice cosas muy concretas, les da instrucciones o palabras de aliento, les recuerda versículos que han leído en las Escrituras, o se comunica con ellas de otras maneras, por ejemplo por medio de fuertes intuiciones o corazonadas. Así les indica clara y sencillamente qué deben hacer. Si recurrimos a Dios e invocamos Su ayuda y orientación para desempeñar bien nuestro papel de padres y educadores, Él nos dará lo que le pedimos. Él prometió: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis»1.

«Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:6).
«Cuando venga el Espíritu de verdad [el Espíritu Santo], Él os guiará a toda la verdad» (Juan 16:13).
«Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”» (Isaías 30:21).

Sexto paso: Dar siempre gracias a Dios por todo
¡Qué felices nos hace que nuestros hijos nos expresen su agradecimiento por medio de una nota, un ramillete de flores, un intento de traernos el desayuno a la cama, un beso espontáneo en la mejilla o algo por el estilo! En la misma medida le complace a Dios que le expresemos nuestra gratitud y aprecio, y además con ello damos muy buen ejemplo a nuestros hijos. Al manifestarle a Dios nuestra gratitud, nuestro propio espíritu se inspira y revitaliza, aparte que ayuda a nuestros hijos a apreciar más a Dios y a los demás.
La Biblia dice: «El gozo del Señor es vuestra fuerza»1, y también: «Tú, Señor, eres […] el que levanta mi cabeza»2. Hay ocasiones en que los padres necesitamos muchas fuerzas adicionales, o alguien que venga y nos «levante la cabeza» -o la moral-, sobre todo si uno de nuestros hijos no anda muy bien. En esos momentos se necesita mucha fe para confiar en Dios a pesar de las circunstancias. Hay que tener mucha fe para creer que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien»3, que todo sigue en Sus manos, que Él nos ama y nunca nos abandonará, y atravesar las pruebas difíciles sin perder el optimismo. Y la fe se expresa agradeciéndole a Dios todas las cosas, aun lo que aparenta ser una contrariedad, sabiendo que Él lo permite por alguna razón.
A la larga verás que si no dejas de alabar a Dios y darle gracias, superarás tu abatimiento y pesadumbre.

«Entrad por Sus puertas con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid Su nombre» (Salmo 100:4).
Séptimo paso: Vivir en el amor de Dios
La descripción de Dios más breve y sencilla de toda la Biblia se encuentra en la primera epístola de Juan, capítulo 4, versículo 8: «Dios es amor». Dios es amor, y por deducción, todo amor verdadero refleja a Dios. Como padres, sabemos que nuestro amor humano en muchos casos se queda corto. A veces nos ponemos impacientes, perdemos los estribos y decimos a nuestro cónyuge o a nuestros hijos palabras que luego desearíamos poder borrar. Eso hace que nos sintamos fatal. Sabemos que no somos perfectos y que no tenemos perfecto amor. Por otra parte, no hay motivo para que vivamos limitados por el poco amor que tenemos. A Dios le encanta dispensarnos Su amor, que es mucho más rico y profundo y es capaz de dar un vuelco positivo hasta a una mala situación.
La próxima vez que se te acabe el amor y estés a punto de explotar, actúa con decisión: desconéctate del enfado y el disgusto. Contén por un momento tus emociones y tu ira, retírate de la situación y dirige la mirada hacia arriba. Respira hondo y pídele a Dios amor y comprensión. Él puede darte paz en medio de lo que parece una tempestad.
Al igual que todas las demás maravillas que Dios nos ofrece, Su amor es gratuito, y está a nuestra disposición en todo momento y lugar. Sólo tenemos que hacer una pausa y pedírselo. Se trata de una fuerza poderosa y creativa que todo lo envuelve y que es capaz de transformar en un momento nuestra vida, nuestras opiniones, nuestra actitud ante algo. El apóstol Pablo enumeró algunas de las cualidades de ese amor en el capítulo 13 de la primera epístola a los Corintios: Es sufrido (paciente cuando toca aguantar) y a pesar de todo no deja de ser benigno (apacible); no es envidioso ni presuntuoso; no es grosero, ni egoísta; no se irrita, no guarda rencor, ni disfruta haciendo maldades. Esa clase de amor es capaz de creer, esperar y soportar más porque es fruto de la fe y la confianza en Dios y proviene de Su Espíritu de amor. En resumidas cuentas, es un amor que «no deja de ser». Ese es precisamente el amor que necesitan los padres.
Gran parte del mensaje de Jesús consiste en que debemos dejar que el amor de Dios obre en nuestra vida, aprender a amar a Dios con todo nuestro corazón, y a nuestros hijos y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El apóstol Juan describe con los siguientes términos ese amor divino y perfecto:

«Nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Juan 4:16, 19-21).
Un anticipo del Cielo
Dios promete que nada hará mal ni dañará en todo Su santo monte1. Lo dice con referencia al Cielo, donde hallaremos perfecta paz. No habrá preocupaciones, ni llanto, ni dolor, ni muerte, y Dios enjugará todas nuestras lágrimas2. La felicidad colmará nuestra vida para siempre. Parece estupendo, ¿no? Pero Dios no quiere que esperemos a traspasar las puertas de perla del Cielo para empezar a disfrutar de esas maravillas. Tenemos la posibilidad de acceder ahora mismo a esa libertad, esa liberación de nuestros problemas, esa alegría, ese amor y esa paz. Hoy mismo toda tu familia puede gozar de un anticipo del Cielo en su propio Hogar. «La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto»3.
Dios sabe que vivimos en tiempos turbulentos. Es consciente de que a veces la vida nos resulta harto complicada, y de que es particularmente difícil criar a los hijos según Sus preceptos habida cuenta de que en la sociedad hay tanta influencia en el sentido contrario. Sin embargo, esos obstáculos forman nuestro carácter, nos fortalecen y nos obligan a acercarnos a Dios en los momentos críticos. En la medida en que aprendemos a extender la mano de la fe hacia Él, Él alivia nuestras cargas y colma nuestra vida de amor y luz.
En tanto que fijes la mirada en aquel que vela por ti como un Padre, Él no permitirá que caigas. Si haces lo que puedes por seguir Sus consejos, Él bendecirá las obras de tus manos y bendecirá también a tus hijos. Tu alma se renovará bebiendo copiosamente del Agua de Vida, la Palabra de Dios. Haz lo que esté a tu alcance por vivir bien cerca de Él, y Él hará morada en tu corazón.

«[Jesús dijo:] El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él» (Juan 14:23).
«Por cuanto sois hijos [de Dios], Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo [Jesús]» (Gálatas 4:6).
«Bienaventurado todo aquel que teme al Señor, que anda en Sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien. Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa» (Salmo 128:1-3).
Él me echó al cuello sus bracitos
y acto seguido pronunció
cinco palabras que no olvido,
que me han hecho orar con fervor.
Los rincones de mi conciencia
me llevaron a examinar,
pues me dijo con inocencia:
«¡Quiero ser como tú, papá!»
Herbert Parke
*
Cierto año, la plantación de trigo de un agricultor produjo muchísimo. Pero unos días antes de la cosecha, hubo una terrible granizada y ventisca. Toda la mies se echó a perder.
Después de la tormenta, el hombre salió con su hijito para ver cómo estaba su campo. El pequeño observó lo que había sido un hermoso trigal y luego, con los ojos llenos de lágrimas, se volteó para mirar a su padre, esperando oír palabras de desesperación. Pero el padre no hizo otra cosa que ponerse a cantar suavemente un viejo himno que hablaba de buscar consuelo en Dios.
Años después, el hijo relató el incidente y terminó diciendo:
-Fue el mejor sermón de mi vida.
El agricultor perdió una valiosa cosecha, pero ¿quién sabe si ese episodio tuvo una influencia decisiva en el muchacho? Fue testigo de la fe de su padre manifestada en la práctica.
Anónimo
*
Todo agricultor labra la tierra
y planta las semillas con cuidado,
da gracias al Señor que se las riega
y observa satisfecho sus sembrados.
Mas no se sienta a leer todo el día
dejando las mieses sin cultivo.
Abandonadas, no prosperarían.
¿Acaso es distinto con un niño?
Edgar A. Guest
Cuando los padres no lo saben todo
Los padres somos plenamente conscientes de que no lo sabemos todo, pero nuestros pequeños nos miran con ojos llenos de esperanza y expectativas. Creen en nosotros. También puede que nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo y los profesores de nuestros hijos nos consideren buenos padres. Pero en nuestro fuero interno -y por mucho que nos disguste, a veces también en público, en presencia de otras personas- nuestras debilidades se hacen patentes, en muchos casos gracias a la inoportuna asistencia de nuestros hijos, cuando en el momento menos pensado hacen o dicen algo indebido. De golpe, nuestra imagen de padres perfectos se ve mancillada delante de todos. Pero es que no podemos saber qué hacer con nuestros hijos en todas y cada una de las situaciones que se presentan. Si bien nos gustaría dar la impresión de que nunca cometemos un error, pretender preservar esa imagen es bien incómodo, y de hecho imposible.
La clave no consiste en tratar de ser más listo o mejor que los demás, sino en ver nuestras imperfecciones y falencias como ventajas y sacarles partido. Echemos un vistazo a algunos de los beneficios de tales debilidades. En primer lugar, cuando uno se sabe débil e incapaz, está más presto a pedir y aceptar la asistencia divina. El rey David atestiguó: «Este pobre clamó, y le oyó el Señor, y lo libró de todas sus angustias»1. El apóstol Pablo exclamó en uno de sus escritos: «¡Miserable de mí! ¿quién me librará [de mis debilidades]? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro»1. Y afirmó: «No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios»2. Cuando somos débiles, Él se hace fuerte en nosotros y por nosotros3. El hecho de recurrir a Dios nos proporciona unas fuerzas y una sabiduría que no podríamos alcanzar por nuestra cuenta, y por lo tanto nos da mayores posibilidades de coronar con éxito la azarosa aventura de tener hijos.
En segundo término, nuestras debilidades nos mantienen humildes. Siendo humildes, juzgamos menos a los demás y somos más amorosos y compasivos con nuestros hijos. Normalmente también somos más propensos a escuchar las recomendaciones de amigos y familiares que a veces distinguen mejor que nosotros el bosque al estar más distanciados de los árboles. «Bienaventurados los pobres en espíritu [los humildes], porque de ellos es el reino de los Cielos»4.
Por último, cuando uno se sabe débil, se le hace más fácil complacer a Dios que cuando es fuerte y orgulloso y se cree autosuficiente. Las personas débiles y humildes saben que les hace falta ayuda. Tienen necesidad de Dios, por lo que le piden a Él las soluciones. Y Él promete cuidarlas más que bien.
«Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás Tú, oh Dios»1. «Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu»2. «Bendito el […] que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto»3.
Al dejarles ver a tus hijos que eres débil y falible y que necesitas la ayuda de Dios, en realidad les estás dando un magnífico ejemplo, y además eso puede conducir a una relación más estrecha con ellos. Cuando los padres son orgullosos, avasalladores, impacientes y fácilmente irritables, los niños suelen atrincherarse y oponer resistencia, como en la fábula de Esopo acerca de la contienda del cierzo y el sol:

Una vez el Viento y el Sol tuvieron una conversación. El primero, bullicioso y discutidor, declaraba que era el más fuerte de los dos. Presintiendo que el encuentro podía desembocar en una amarga reyerta, el Sol hizo gala de su sabiduría y benignidad y trató de dejar pasar el asunto. Sin embargo, empecinado, el Viento insistía:
-Te demostraré mis fuerzas -exclamó rugiente-. ¿Ves a ese hombre que viene por allí? Te apuesto lo que quieras a que yo conseguiré antes que tú que se despoje de su abrigo.
El Sol suspiró y se escondió tras una nube, mientras el Viento soplaba hasta casi desatar un huracán. Pero cuanto más fuerte soplaba, más se aferraba el hombre a su abrigo para que no se le volara. Por fin el Viento se dio por vencido y amainó.
Salió entonces el Sol de su escondite y sonrió cálidamente al hombre. Este al rato se secó el sudor de la frente y se quitó el abrigo.
Así el Sol demostró al Viento que la amabilidad y la calidez son más convincentes que la furia y la fuerza.

Si nos empeñamos en obligar a nuestros hijos a hacer lo que nosotros queremos, es probable que se aferren a su postura de resistencia. En cambio, si manifestamos la calidez del amor, la humildad y la sinceridad, su renuencia a colaborar se tornará en buena disposición y docilidad. Con un poquito de tiempo, de paciencia y de cariño, cede hasta el más duro.

En vista de las ventajas de tener una actitud humilde, no dejes que unas cuantas debilidades te frenen o te lleven a tener una mala imagen de ti. A pesar de todas tus debilidades humanas y tu impotencia, puedes ser un buen padre o una buena madre. Una lágrima de humildad, la aceptación de tus debilidades y el sincero reconocimiento de tu dependencia de Dios pueden tener un efecto más profundo en tus hijos que todos los premios de pedagogía del mundo.
Los niños también se sienten intimidados por la vida. Cuando se van haciendo mayorcitos les suceden muchas cosas que sus padres no ven o desconocen. Suelen enfrentarse a temores y batallas que para ellos son cuestiones de vida o muerte. Les viene bien darse cuenta de que tu caso no es muy diferente, y más que nada les hace falta verte acudir al Señor para que te ayude a superar tus debilidades y problemas.
Procura ayudar a tus hijos a explicarte las cosas que les molestan. A veces no requiere más que un caluroso abrazo, una mirada a los ojos y unas pocas palabras: «¿Está todo bien? ¿Me quieres contar algo?» Después basta con que los escuches. No importa que no estés en condiciones de resolverles los problemas. Puedes rezar con ellos y enseñarles a pedir ayuda a Dios. Tal vez no puedas estar con ellos las 24 horas del día, sobre todo cuando se van haciendo mayores; pero Él sí está todo el tiempo junto a ellos.
El jardín de la familia
La familia es un jardín
lleno de fragantes flores.
De cada uno de los niños
los padres son los podadores.

Dios hace crecer los retoños,
pues el jardín, Él lo creó,
y lo bendice con belleza
digna de admiración.

Con amor la podadera
usan los padres cada día.
La confianza es el apero
que a la familia siempre guía.
Wilma L. Shaffer
Qué hacer cuando uno siente que no da más
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En determinadas situaciones y circunstancias es inevitable que los padres se sientan agobiados. El bebé llora, la niña de ocho años no quiere hacer sus deberes, la música del chico de catorce hace temblar la casa, el de dos añitos se hizo pis en los pantalones y los invitados a cenar van a llegar en cualquier momento. Uno se siente exigido al máximo.
Todos tenemos días así. Tu caso no es único. Y no es preciso que hagas frente a la situación a solas: Jesús está contigo. Él te entiende y quiere darte ánimo y soluciones. Si tienes oportunidad, habla con alguien, tal vez con tu cónyuge o con una amiga; puede contribuir a serenarte y hacerte ver las cosas desde otra perspectiva. También es un buen momento para que invoquen juntos la ayuda del Señor. Hasta puedes pedir a tus hijos que recen contigo, incluso los más pequeños. Su fe y sus simples oraciones te infundirán mucho aliento.
Hagas lo que hagas, no tires la toalla. No des lugar a la frustración y al abatimiento. Eleva una plegaria y pídele a Jesús que te conceda fuerzas y gracia en ese preciso momento, y Él lo hará. Ruégale que te ayude a ver a tus hijos como Él los ve, que te permita ver lo que llegarán a ser. Él te ayudará a enfocar la situación con optimismo y esperanza. Por muy negras que se vean las circunstancias, si miras hacia arriba (a Jesús) el panorama siempre es luminoso.
Dado que los niños son un reflejo de los padres, cuando a uno o a varios de nuestros hijos no les va bien en cierto aspecto es muy fácil descorazonarse y sentir que uno ha fracasado. Pero no hay que olvidar que son también hijos de Dios y que son una obra en curso, igual que nosotros. «Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad»1.
Lo único que Él espera de nosotros es que pongamos todo de nuestra parte, que les prodiguemos nuestro amor y que dejemos lo demás en Sus manos. Claro que eso no es excusa para alzar los brazos en señal de impotencia y abandonar en cuanto las cosas se ponen difíciles, pasándole la pelota a Dios. Es probable que Él quiera que formemos parte de la solución. Tenemos que preguntarle qué quiere que hagamos y hacerlo; y a continuación encomendarle a Él lo demás, dejar que haga lo que está fuera de nuestro alcance.
¡Vale la pena!
Un día no muy distante tus hijos ya serán mayores y se marcharán. Entonces agradecerás haberles dado lo que necesitaban de pequeños. No habrá sido fácil. Te habrá costado muchos sacrificios, pero vale la pena. Joy, misionera y madre de una familia numerosa, lo expresa de la siguiente manera:

Actualmente veo la maternidad desde otra perspectiva. Ya pasé la etapa inicial de cambiar pañales y dar de mamar a media noche, de sentar a los niños en la bacinilla y curar innumerables raspones en las rodillas. Ahora soy abuela además de madre. Mis hijos menores todavía viven conmigo, pero los mayores ya se han casado y han empezado a darme nietos. A los matrimonios jóvenes que inician la ascensión de lo que parece una montaña insuperable, quisiera decirles simplemente que vale la pena.
Cuando observo a mis hijos que ya son adultos me invade una sensación muy grata, al constatar cómo ha obrado el Señor en su vida. Siento paz y renovado entusiasmo para cuidar de los pequeños que todavía están conmigo. En una reunión juvenil tuve el gran privilegio de ver a mis hijos mayores consagrarse al Señor; fue uno de esos momentos que normalmente están reservados para el Cielo. Caí entonces en la cuenta de que no sólo obtendré recompensas por lo poco que he hecho yo para el Señor, sino también por todo lo que hagan ellos por Él en lo futuro.
Por eso, la próxima vez que te encuentres a media noche velando a un niño enfermo, sonriendo pese a las ganas de llorar, cantando para no perder la paciencia, limpiando naricitas mientras sueñas con el día en que harás grandes obras para Dios, no olvides que ya las estás haciendo. No lamentaremos una sola oración, una sola canción, una sola palabra de amor. Cada gesto de amor tiene un efecto perdurable en ellos. Al cabo de años de haberlo hecho todo por fe, gozaremos de la bendición de verlos convertidos en hombres y mujeres hechos y derechos.
Versículos sobre la crianza y formación de los hijos
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(Tomados del libro Claves para descubrir la verdad: Fundamentos1).

Instruir y formar a los hijos
Jueces 13:8 Oró Manoa al Señor, y dijo: «Ah, Señor mío, yo te ruego […] que nos enseñes lo que hayamos de hacer con el niño que ha de nacer».

A. Dios vela por los pequeñitos:
♦ Mateo 18:10 Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que Sus ángeles en los Cielos ven siempre el rostro de Mi Padre que está en los Cielos.

B. Aunque uno solo de los padres sea creyente, los hijos son santificados por Dios:
♦ 1 Corintios 7:14 El marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos.

C. La formación que reciban en los primeros años los guiará a lo largo de la vida:
♦ Proverbios 22:6 Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.

D. Da prioridad al cuidado y a la instrucción de tus hijos:
♦ 3 Juan 1:4 No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad.

E. Si los descuidas a causa de otras cosas, tanto tú como ellos sufrirán las consecuencias:
♦ Proverbios 29:15 El niño dejado a sus caprichos es vergüenza de su madre (BL).

F. Debemos enseñar a nuestros hijos la Palabra de Dios:
♦ Deuteronomio 6:6,7 Estas palabras que Yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.
♦ Deuteronomio 11:18,19 Pondréis estas Mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma. […] Las enseñaréis a vuestros hijos.
♦ Isaías 38:19b El padre hará notoria Tu verdad a los hijos.
♦ Joel 1:3 De esto contaréis a vuestros hijos, y vuestros hijos a sus hijos, y sus hijos a la otra generación.
♦ Juan 21:15 Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?» Le respondió: «Sí, Señor; Tú sabes que te amo». Él le dijo: «Apacienta Mis corderos».
♦ 2 Timoteo 3:15 Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.
♦ Salmo 78:1,6 Escucha, pueblo Mío, Mi ley; inclinad vuestro oído a las Palabras de Mi boca. […] Para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos.
♦ 1 Juan 2:13 Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre.

G. Enseña a tus hijos a confiar en Dios:
♦ Salmo 22:9 [El rey David dijo:] Tú eres […] el que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre.
♦ Salmo 34:11 Venid, hijos, oídme; el temor [la veneración] del Señor os enseñaré.
♦ Salmo 78:6,7 Para que […] sepa [las Palabras de Dios] la generación venidera […]; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios; que guarden Sus mandamientos.
♦ Hechos 2:39 Para vosotros es la promesa [de Dios], y para vuestros hijos.

H. Llévalos a aceptar a Jesús:
♦ Marcos 10:14 Jesús […] les dijo: «Dejad a los niños venir a Mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios».
♦ Gálatas 4:19 Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros.
♦ 1 Juan 2:12 Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por Su nombre.

I. La Palabra de Dios les enseña cómo se alcanza la vida eterna:
♦ Juan 5:39 Escudriñad las Escrituras; porque […] en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mí.
♦ 2 Timoteo 3:15 Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.

J. Únicamente Dios es capaz de enseñarles lo más importante de la vida:
♦ Salmo 25:5 Encamíname en Tu verdad, y enséñame, porque Tú eres el Dios de mi salvación; en Ti he esperado todo el día.
♦ Proverbios 8:32,33 [Habla la Sabiduría, el Espíritu de Dios:] Hijos, oídme, y bienaventurados los que guardan Mis caminos. Atended el consejo, y sed sabios, y no lo menospreciéis.
♦ Isaías 54:13 Todos tus hijos serán enseñados por el Señor; y se multiplicará la paz de tus hijos.
♦ 1 Corintios 2:13 Hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

K. Participación de los niños en reuniones religiosas junto a sus padres:
♦ Josué 8:35 [Los pequeñitos escuchan la lectura de la Biblia junto a sus padres:] No hubo palabra alguna de todo cuanto mandó Moisés, que Josué no hiciese leer delante de toda la congregación de Israel, y de las mujeres, de los niños, y de los extranjeros que moraban entre ellos.
♦ 2 Crónicas 20:13 [Los niños participan en una importante reunión de oración:] Todo Judá estaba en pie delante del Señor, con sus niños y sus mujeres y sus hijos.
♦ Joel 2:12,16 Dice el Señor, convertíos a Mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. […] Reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los niños y a los que maman, salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia.

La obediencia y la desobediencia de los hijos
A. Los hijos deben obedecer a sus padres:
♦ Proverbios 1:8 Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre.
♦ Efesios 6:1 Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.
♦ Colosenses 3:20 Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor.
B. Los hijos deben honrar y venerar a sus padres:
♦ Éxodo 20:12 Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da.
♦ Levítico 19:3 Cada uno temerá a su madre y a su padre.
♦ Efesios 6:2 Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa.
♦ Proverbios 23:22 Oye a tu padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies.
♦ Proverbios 20:20 Al que maldice a su padre o a su madre, se le apagará su lámpara en oscuridad tenebrosa.

C. La bendición de tener hijos obedientes y juiciosos:
♦ Proverbios 10:1 El hijo sabio alegra al padre.
♦ Proverbios 13:1 El hijo sabio recibe el consejo del padre.
♦ Proverbios 23:15,16 Hijo mío, si tu corazón fuere sabio, también a mí se me alegrará el corazón; mis entrañas también se alegrarán cuando tus labios hablaren cosas rectas.
♦ Proverbios 23:24,25 Mucho se alegrará el padre del justo, y el que engendra sabio se gozará con él. Alégrense tu padre y tu madre, y gócese la que te dio a luz.
♦ 3 Juan 1:4 No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad.

D. El pesar de tener hijos desobedientes y necios [que no obedecen a sus padres ni al Señor]:
♦ Proverbios 17:21 El padre del necio no se alegrará.
♦ Proverbios 17:25 El hijo necio es pesadumbre de su padre, y amargura a la que lo dio a luz.
♦ Proverbios 19:13 Dolor es para su padre el hijo necio.
♦ Proverbios 10:1b El hijo necio es tristeza de su madre.

Instrucción amorosa combinada con disciplina firme
A. Trata a tus hijos con suavidad y amor:
♦ Efesios 6:4 Padres, no hagan enojar a sus hijos, sino más bien críenlos con disciplina e instrúyanlos en el amor del Señor (DHH).
♦ Colosenses 3:21 Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.
♦ 1 Tesalonicenses 2:7 Fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos.
♦ Tito 2:4 Que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos.

B. La paciencia, la misericordia y la verdad son de lo más eficaces:
♦ 1 Tesalonicenses 2:11 Como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros.
♦ Romanos 2:4 [La] benignidad [de Dios] te guía al arrepentimiento.
♦ Proverbios 16:6 Con misericordia y verdad se corrige el pecado, y con el temor del Señor los hombres se apartan del mal.

C. Cada hijo es diferente; pide a Dios que te indique la mejor forma de instruir y disciplinar a cada uno:
♦ Jueces 13:12 ¿Cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?

D. Las Escrituras nos advierten que castiguemos a los hijos que se portan mal:
♦ Proverbios 13:24 El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.
♦ Proverbios 19:18 Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza.
♦ Proverbios 22:15 La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él.
♦ Proverbios 23:13 No rehúses corregir al muchacho.
♦ Proverbios 29:17 Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma.

E. Un cristiano responsable debe saber refrenar a sus hijos:
♦ 1 Timoteo 3:4 [Requisitos que debe cumplir un dirigente cristiano:] Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad.
♦ 1 Timoteo 3:12b Que gobiernen bien sus hijos y sus casas.
♦ Tito 1:6 Que […] tenga hijos creyentes que no estén acusados […] de rebeldía.
♦ (V. también Gálatas 4:1,2)

F. Qué pasa cuando no se corrige ni se controla a los hijos:
♦ 1 Samuel 3:13 [El Señor dijo a Samuel:] Yo juzgaré [la] casa [de Elí] para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado
(1 Samuel 2:22-25).
♦ 1 Reyes 1:1,5,6 [Adonías procura hacerse con el trono de David:] Cuando el rey David era viejo y avanzado en días […] Adonías hijo de Haguit se rebeló, diciendo: «Yo reinaré». Y se hizo de carros y de gente de a caballo, y de cincuenta hombres que corriesen delante de él. Y su padre nunca le había entristecido en todos sus días [cuando era más pequeño] con decirle: «¿Por qué haces así?»
♦ Proverbios 29:15 El niño dejado a sus caprichos es vergüenza de su madre (BL).

G. La falta de disciplina es producto de la falta de temor de Dios:
♦ 1 Samuel 2:29,30 ¿Por qué habéis hollado Mis sacrificios y Mis ofrendas, que Yo mandé ofrecer en el tabernáculo; y has honrado a tus hijos más que a Mí? […] Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco (v. el motivo en 1 Samuel 2:12-17).

H. Algunos hijos se descarrían a pesar de haber recibido buena instrucción:
♦ 1 Samuel 8:1,3 [Los hijos de Samuel se volvieron corruptos y codiciosos pese a que su padre era justo:] Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre Israel. […] Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho.
♦ Marcos 13:12,13 [En los Postreros Días, algunos traicionarán a sus padres cristianos.] (V. también Mateo 24:10.)
♦ (V. también Proverbios 2:16-18.)

I. La parcialidad y el favoritismo causan problemas:
♦ Génesis 25:27,28 Amó Isaac a Esaú [su hijo mayor] […]; mas Rebeca amaba a Jacob [y lo ayudó a engañar a su anciano padre
(Génesis 27:1-18)].
♦ Génesis 37:3,4 Amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores. Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente.

La infancia y la adolescencia
A. Hay que tener en cuenta las limitaciones de los niños:
♦ Génesis 33:13,14 Los niños son tiernos. […] Yo me iré poco a poco […], al paso de los niños.
B. Crecimiento y maduración:
♦ Hebreos 5:14 El alimento sólido [las doctrinas fuertes] es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.

C. Si se los instruye bien, los niños son una gran bendición:
♦ Salmo 127:4,5 Como flechas en manos del guerrero son los hijos de la juventud. Feliz el hombre que con tales flechas ha llenado su aljaba, pues no quedará avergonzado al litigar en la puerta de la ciudad con su enemigo (BL).
♦ Isaías 8:18 He aquí, yo y los hijos que me dio el Señor somos por señales y presagios en Israel, de parte del Señor de los ejércitos, que mora en el monte de Sion.
♦ Mateo 18:5 Cualquiera que reciba en Mi nombre a un niño como este, a Mí me recibe.
♦ (V. también Marcos 9:36,37.)

D. Los niños ofrecen alabanzas a Dios:
♦ Mateo 21:15,16 Los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: «¡Hosanna al Hijo de David!» se indignaron, y le dijeron: «¿Oyes lo que éstos dicen?» Y Jesús les dijo: «Sí; ¿nunca leísteis: “De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza”?»
♦ Nehemías 12:43 Sacrificaron aquel día numerosas víctimas, y se regocijaron, porque Dios los había recreado con grande contentamiento; se alegraron también las mujeres y los niños; y el alborozo de Jerusalén fue oído desde lejos.
♦ Salmo 148:12,13 Los jóvenes y también las doncellas, los ancianos y los niños… alaben el nombre del Señor, porque sólo Su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos.

E. La adolescencia y el paso a la adultez:
♦ 1 Corintios 13:11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
♦ Efesios 4:14 Ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error.
♦ 1 Corintios 14:20 Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar.

F. La adolescencia, edad de consagración a Dios:
♦ 2 Crónicas 34:1-7 [A los 16 años el rey Josías buscó al Señor de todo corazón y consagró su vida a Él, y a partir de ese momento lo sirvió con gran dedicación.]
♦ Eclesiastés 12:1a Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud.
♦ 1 Timoteo 4:12 Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.

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